18 de noviembre de 2012

Carta a un compañero de vuelo



Era el día decisivo, el día en que debía aparentar, que quería engañar, que necesitaba triunfar sobre él...

Pero la luna transitoria y traicionera me dejó a merced de sus abrazos, de sus caricias, de sus besos. Yo, sin poder alguno para defenderme, para confrontarlo, me dejé llevar por el olor de su piel, por el viejo olor a conocido. Acogedor, me tendió sus brazos y me envolví en ellos. No pude luchar, quise hacerlo, pero no pude. ¡Qué seguridad, cuánta confianza entre su corazón y el mío! 

A pesar de mi inmediata y definitiva felicidad, añoro el pasado. Añoro mi aparente indiferencia con él, añoro su evidente enamoramiento hacia mi... Su error nos cambió, y así como nada pude hacer en aquél momento para evitarlo, nada puedo hacer ahora para alejarme, porque lo amo. 

"No me tienes confianza", dice, y trata de enmendarlo, pero no lo entiendo. Veo que soy yo quién se aferra a él con todo lo que tengo, con todo lo que puedo. Soy yo quién teme que se vaya, que me aleje como una vez lo hizo. Soy yo la única que quiere ser tratada, que quiere ser vista como él lo hacía antes, porque lo amo.

¿Es eso tan absurdo? 

"Mis actos definen lo que siento", me dijo un día. Qué insatisfacción pueden dar tan bellas y lógicas palabras, cuando estas se contrarían con un "te amo". Pero aquí estoy, ni las lágrimas ardientes sobre mis mejillas, ni el desgaste en cuerpo y mente me han logrado distanciar, porque soy valiente, y lo amo.

¡Oh, que si hemos cambiado! Escribo y escribo romanticonas palabras de amor, y desamor, porque ahora sé lo que son -ambas, por desgracia-. Hago públicas mis más profundas inseguridades, solo para que las leas y comprendas, porque ambos sabemos que cuando de discutir asuntos de importancia se refiere, ni el más descarado "hola" podría atreverse a asomar. 

Y así, resumiendo un pasaje de tristeza, pero de muchas alegrías con un compañero de vuelo...
Un día no muy lejano, quise volar muy alto, muy rápido con él, ahora vuelo con un ala rota zigzagando hacia arriba y abajo, pero siempre hacia al frente. El ala ya no duele casi, y poco a poco se va curando, pero aún queda la duda si hacia arriba podemos, y quiere él, ir volando... ¿?

31 de agosto de 2012

La Primera de Mayo, caos por doquier



La Avenida de la Primera de Mayo en Bogotá, aún un jueves a las 8 p.m, continúa siendo sin duda alguna, el lugar más caótico en el que haya estado jamás. Ni Pereira - mi ciudad natal-, en sus más locos días, llega a semejarse. El solo caminar la avenida ida y vuelta, resulta siendo un paseo agotador, sin que uno necesariamente lo note.

Desde la distribución de los locales, entendidos como discotecas, bares, prostíbulos, y restaurantes, entre otros, hasta la congestión en términos de movilidad resultan siendo un tanto anárquicos: ni por el andén a pie, ni por la calle en carro. Hay trancón a lado y lado.

Como adentrándome en una selva de cemento de luces de colores y música ensordecedora de la que no saldría en un buen tiempo, me resigné a luchar contra las persuasivas decenas de “jaladores” por cuadra, que tiraban de mi brazo y camisa hacia uno de los tantos bares y discotecas, mientras gritaban prometedoras palabras de entretenimiento, trago y diversión asegurada. “Meseros enjabonados, meseros bailables”, decían unos. “Pídame lo que quiera y se lo regalo, vodka, ron, aguardiente, lo que quiera”, me decían otros.

En lo único que me permitía pensar era en los numerosos casos de licor adulterado que había por año. En lo corrido de este, hasta el 30 de Junio, se han decomisado 38 mil unidades de licor adulterado, de acuerdo a la gobernación de Cundinamarca. A pesar de esta elevada cifra, el balance se encuentra catalogado como positivo…

“Chicas fáciles jefe”, le dijo luego otro jalador al hombre que caminaba frente a mí.

Muchos prostíbulos contrataban jaladores para que los promocionaran, otros simplemente no lo necesitaban. Es el caso de la Corporación Privada Club Angelos Internacional VIP. No sé aún el motivo por el cual recuerdo a la perfección su nombre. Tal vez porque su elegante fachada y lobby resaltaban entre oscuros antros y sucios locales de comida a su alrededor. Su puerta de cristal permitía ver el lobby, espacioso, lujoso, con clase, dando al tiempo un aura de incontenible misterio a su alrededor.

También estaba Titanic, una discoteca que se metía de lleno en la ambientación de la película con el mismo nombre. Desde lo poco que veía desde afuera, la decoración marinera del lugar era increíble, con timones,  sogas y caracoles por doquier. Pero lo más vistoso, a mi parecer, fue la vestimenta de los meseros, o los “chicos de entretenimiento”. Vestían ceñidos trajes de marineros que enmarcaban desde los bíceps de sus brazos y hasta la “chocolatina” de su abdomen.

Observando a unos deplorables borrachos entrando a un restaurante, me percaté que hay una curiosa elevada cantidad de pollerías que adorna, entre discoteca y discoteca, la avenida. No hay duda alguna que Bogotá tiene una producción de pollo como ninguna otra ciudad. La comida “after-party” colombiana es, por alguna razón, el pollo y los embutidos.

Y así, la Avenida Primera de Mayo me fue despidiendo de mi recorrido con una variedad de olores emanados desde los restaurantes, pasando por los vendedores ambulantes de embutidos, hasta los orines a un lado de la calle, y otras tantas cosas no identificadas, o que, por mi bien, fue mejor no tratar de identificar.

[Crónica presentada para la clase de Producción II, sin corregir]

27 de junio de 2012

El sueño de artista



Soñando, soñé que era artista. Que volvía a casa, cayendo la noche, a un modesto apartamento en la ciudad. Volvía junto a mi esposo, o algo así, artista también. 

Era yo pintora. Hermosos paisajes se trazaban bajo mi pincel, coloridos y despreocupados, que me trasladaban a una extraña época hippie, multicolor, pacífica. Vestida en arapos, deslumbraba con mi gracia a cuanto burgués y descendiente noble pasaba bajo mi ventana, viéndome pintar. Multitudes se congregaban todos los días solo para admirarme.

Mi esposo, atento y detallista, era fotógrafo. Capturaba hermosos momentos de la cotidianidad urbana, la “humanidad del hombre”. No recuerdo su cara, tal vez era irrelevante. Recuerdo, sin embargo, que con impresionantes trajes de gala y bastón siempre andaba. Su barba, caso a parte de su aparente alcurnia, era sucia, enmarañada y maloliente.

Día tras día el hombre que era mi esposo servía a mi llegada una refrescante infusión de eucalipto que tomaba mientras me fotografiaba, susurrando inconmensurables palabra de amor. Extrañas palabras que se materializaban ante mis ojos en pequeñas coloridas notas musicales que bailaban para mi, que bailaban sin pudor, que bailaban con descaro, como burlándose de mí.

Aquella vez traté de ahuyentarlas con mi mano, pero se quedaron pegadas a ella. No supe el por qué sino hasta que vi goteando mi extremidad derecha. Me derretía. Mi mano se derretía y comenzaba a llevarse también parte de mi brazo. Se extendía rápidamente por mi cuerpo, mientras que las notas musicales, aún pegadas, seguían bailando, gozándose una fiesta a la que no me habían invitado, nadando entre mi cuerpo acuoso.

Quise entonces pedirle ayuda a mi esposo, pero mi boca ya no era mi boca, y él parecía no darse cuenta de la gravedad de mi situación, pues su excitación crecía cada vez más al tomarme fotografías, y gritaba ahora aquellas locas palabras de amor.

Sin aviso previo, hubo un cambio de escena. Abrí los ojos y vi que las multitudes que antes me admiraban desde abajo, ahora lo hacían desde arriba. Se apiñaban, formando un círculo a mi alrededor. “Es una obra de arte”, decían, y uno que otro le daba una suave palmada en la espalda a mi esposo, como felicitándolo, mientras este erguía su pecho, delatora señal de orgullo e inflado ego.

Quise pararme, yo también quería ver lo que ellos veían, pero no pude, no tenía brazos, no tenía piernas, no tenía cuerpo, de hecho, no tenía ni cara. Era un charco, un charco con ojos.

5 de junio de 2012

Trabajando bajo presión



Tenía que hacer algo, algo útil por su nueva obsesión, ya que por ahora, apestaba sobre ruedas. Decidió entonces hacer parte del staff de logística de medios y prensa para el Primer Torneo Nacional de Roller Derby. ¡Tanta responsabilidad recaía sobre sus hombros! Pero era feliz, feliz de contribuir al equipo, y al deporte. Al menos sería algo así como una acción de "hasta luego", pues en poco tiempo tendría que partir a su ciudad natal. Adiós a la capital, llegaron las vacaciones.

Su dilema era cuándo, cómo y dónde le diría a la capitana del equipo. Le daba pena. Tendría que ser pronto, muy ponto. Talvez podría organizar un tipo de acuerdo para no perder dos meses de entrenamiento, tal vez podría continuar entrenando su técnica de patinaje en el único equipo de su ciudad, aún no lo sabía, por ahora solo se concentraba en disfrutar lo poco que le quedaba.

Le sorprendía lo mucho que le atraía este deporte. Tanto que lo quiso tomar como tema del trabajo final de su materia favorita del semestre, Periodismo Gráfico. Como siempre, dejó todo para el final, así que el tiempo no le favoreció mucho, sin embargo las largas noches en vela que dedicó al video -evitando el pensamiento de que tal vez era solo "la ilusión del mediocre"-, le parecieron más que satisfactorias.

Ella decía que trabajaba mucho mejor bajo presión, y para su incansable sorpresa, una vez más, se volvió un hecho real al ver el promedio final de la materia: 4,6.

"¡Bien! ¿Por qué soy tan de buenas?"

Decidió entonces sentirse orgullosa del video que había hecho para aquella materia, para alimentar su obsesión, y mostrárselo al mundo:



4 de junio de 2012

Muisca: Una lengua sin olvido



El muisca ha cobrado importancia, por lo cual la oferta de cursos de esta lengua ha incrementado.


Desde 2011, un grupo de investigación conformado por estudiantes y egresados de estudios de Antropología y Lingüística de varias universidades del país, llamado  Muyskkubun, dicta periódicamente un curso virtual de lengua muisca para no dejar este idioma en el olvido.

Diego Fernando Gómez Aldana, integrante de este grupo de investigación, es uno de los profesores del curso virtual muisca. “El internet se ha vuelto un aliado para la enseñanza de la lengua muerta muisca”, afirma el profesor.

Apoyándose sobre documentos de investigación, archivos, trabajos de campo y toponimia, disciplina que estudia el origen y significado de los nombres propios de un lugar, Gómez se propone a enseñar un curso introductorio sobre la construcción gramatical de esta lengua.

Entre los escritos utilizados para el curso, se encuentra el diccionario de lengua muisca, el  Vocabulario Mosco. 1612 que cumple en 2012, 400 años desde su escritura. Existen actualmente dos transcripciones del texto original. Uno de ellos realizado en 1991, y el otro en 2011 por el profesor Gómez Aldana y Diana Andrea Giraldo Gallego, también integrante del grupo Muyskkubun.

“Con el curso identifican a los muiscas como patrimonio histórico y cultural de la humanidad”, manifiesta Luis Francisco López, investigador de arqueología del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), ente que apoyó la publicación de la última trascripción del diccionario.

"Regularmente se asocia el colapso del uso de la lengua muisca, teniendo en cuenta que no hubo sólo una lengua muisca sino una variedad de dialectos a lo largo del Altiplano Cundiboyacense, con la prohibición definitiva hecha por el rey Carlos III en 1770", dice el investigador López a propósito de la época en que esta legua fue extinta, "desde finales del siglo XVI, la corona española ya venía haciendo reformas para restringir su uso permitiendo en un principio su aprendizaje a los misioneros con miras a la evangelización".

Si bien existen investigaciones históricas realizadas sobre la extinción del muisca, hay quienes no están de acuerdo con ellos. Victoria Elvira Neuta Sánchez, ex alcaldesa del cabildo indígena muisca de Bosa, afirma que no se trata de una lengua muerta pues el vocabulario colombiano contiene muchas palabras muiscas y, sin darnos cuenta las utilizamos constantemente. Neuta Sánchez considera además, que este no es un idioma que pueda ser aprendido por internet. “Un curso virtual de muisca malversa la lengua”, dice la ex alcaldesa, pues esta se recoge en las “influencias del territorio, de la cultura, de las plantas. Hace parte de su identidad”.

[Artículo publicado en la primera edición impresa de Plaza Capital]

14 de mayo de 2012

¿Y mi tesoro?



Siempre pensé que la firmeza era uno de los rasgos más distintivos de mi carácter. Con él a mi lado, me doy cuenta que no soy más que temblorosa gelatina cuando le hablo, cuando lo veo, cuando lo pienso. Amor era tan solo una palabra desconocida para mi, una palabra extraña, sin olor, sin sabor, nada. Y sin quererlo, ahora no es más que un oloroso arcoíris disfrazado de palabra.

No quiero que lo sea, pero lo es. ¿Dónde están los duendes con su gran caldero lleno de monedas de oro al final del arcoíris? Quiero ya mi premio por creer en aquella engañosa palabra llamada amor.

Es un poco apresurado, este no es ningún testamento, ni mucho menos. Este es, sin embargo, un intento de queja, una carta de reclamo por pérdidas o de liberación y renuncia, o algo así. Quiero mi firmeza de vuelta, quiero mi seguridad y mi vulnerabilidad guardada de nuevo en aquél cofre bajo llave en mi pecho.

Que vuelva el aire puro, que se vaya el olor a rosas y pachulí. Que vuelvan los colores sobrios, que se vaya el fastidioso ambiente psicodélico, y el espantoso estado de trance enmarihuanado. Esto no es ningún circo.

9 de mayo de 2012

El día D



Comenzando la semana, compró todo el equipo que necesitaba, desde patines hasta casco. Se gastó gran parte de su reducido monto ahorrado en poco más de dos meses, y el dinero que sus padres le habían dado. Un par de fotos para papá y mamá, para que no digan que la plata se malgastó.

Quería usar todo al instante. Tenía aquella extraña emoción cuando se quiere estrenar todo al mismo tiempo, pero tendría que esperar, esperar al Día D.

Finalmente, una subida de adrenalina, un deseo por ser la mejor... Un inminente temor a caer. Sin quererlo, fue esto lo que sintió ella en su primer entrenamiento. Con su equipo nuevo, sentía que brillaba, con sus débiles piernas y su pobre técnica de patinaje, no tanto.

Aún así, tuvo mucho coraje, se lanzó a la boca del lobo por sus primeros bloqueos y, como era de esperarse, al piso fue a dar. Su recuperación, sin embargo, fue rápida y sus enormes rodilleras evitaron todo daño o dolor significativo.

Las mujeres del equipo, en su mayoría, eran bastante abiertas, amigables. Muchas le dieron tips para obtener más equilibrio al realizar un bloqueo, para caer de una forma correcta, para ser más rapida, y todos, sin lugar a dudas, quedaron impresos en su memoria, más en su técnica, no mucho. Pero hacía el esfuerzo, trataba duro, estaba feliz.

No le quedaba otra, entrenar como loca.

5 de mayo de 2012

Tanteando el terreno



Le habían dado los horarios de entrenamiento, pero ella quería verlas primero en acción, en vivo y en directo. Fue entonces al Parque Nacional pero, maldita sea su ignorancia y su pobre sentido de la ubicación, se perdió en el camino. ¿Dónde diablos quedaba la pista de patinaje?

Habiendo recorrido gran parte del parque, se disponía ya a darse por vencida y devolverse a su casa, pero al girar la cabeza, por pura casualidad, vio finalmente la pista a lo lejos. "¡Es una señal del destino!", pensó emocionada mientras se dirigía hacia la pista, sin perderla de vista.

Cuando llegó se sintió un poco fuera de lugar. Un gran número de mujeres jóvenes, todas de gran belleza, algunas tatuadas, algunas perforadas, algunas con el cabello teñido, algunas comiendo, algunas hablando, algunas riendo, se aglomeraban en una de las esquinas de la pista, pero ¿cuál de todas ellas más intimidante? "Son como amazonas", pensó mientras caminaba tratando de mantener un bajo perfil, sentándose finalmente en una de las bancas de concreto más lejanas.

Celebraban algo, comían torta, sonreían, parecía un equipo bastante unido. Cuando la reunión acabó, rápidamente se desplazaron al centro de la pista para prepararse para el entrenamiento. Hicieron algunos ejercicios que recordó haberlos hecho también en su época de patinadora. Observó cuidadosamente los movimientos de cada una, identificando las más fuertes del equipo, y las que, probablemente, apenas comenzaban a hacer parte de él. El resto del entrenamiento fue una práctica de los movimientos del Roller Derby. Muchas caídas, muchos golpes. "Tengo miedo de esas niñas", dijo.
Fue un día interesante.

Solo le faltaba comprar el equipo para comenzar los entrenamientos, cosa que ya estaba libre de hacer en cualquier momento, pues sus padres le habían dado parte del dinero aquél día. “Ojalá mañana domingo abran el local”, pensó antes de dormir.

La hija deportista



La espera, al final, no duró tanto. Esa noche respondieron su correo, admitiéndola. Le enviaron el reglamento del equipo, así como como la carta de liberación y renuncia, y la de ingreso.
Estaba emocionada, leyó y releyó, una y otra vez, tanto el correo de respuesta como el reglamento del equipo, luego, continuó con la carta de liberación y renuncia. Sus manos comenzaron a temblar, comenzó a reir imparablemente. Solía sucederle al sentirse amordazada bajo la frase "riesgo de muerte". En realidad no le importaba, pero aún así sentía que exageraban. "Pues ojalá no me muera", pensó para sí misma.

El siguente paso era conseguir el precio de los patines que debía utilizar, y de todas las protecciones necesarias. Le dio un poco de lástima haber comprado hace casi un año con la primera quincena de su primer trabajo, unos patines en línea que no había estrenado aún por tener una rueda floja. El kit de protecciones de 30 mil pesos, tampoco le servirían.

Supo que en la única tienda especializada en venta de equipos de Roller Derby, los patines más baratos, unos Riedell R3, costaban unos 370 mil pesos. Ouch. El casco más barato, 130 mil. Ouch. Las rodilleras  más baratas... Ouch. Para el final de la suma se sentía muy apaleada. El equipo era bastante costoso, no podría pagarlo ella misma.

"Hola mami, ¿qué más?", saludó alegremente. Si bien era mantenida en otra ciudad por sus padres mientras que cursaba su carrera, nunca le gustó pedir de más, se sentía culpable. Pero esta era una "emergencia", y para ella, no  había de otra. Les contó todo, qué era el Roller Derby, qué se necesitaba, cuánto valía. "No te preocupes, si lo quieres para hacer deporte, te lo pago", le dijo luego su padre.

Era tan afortunada, ¿o desafortunada? Afortunada porque tenía padres que la apoyaban -en casi todo- así, incondicionalmente. Desafortunada, tal vez, porque comprendía que estaban tan desesperados porque ella hiciera algún deporte y dejara aquella vida sedentaria de tanto años, que estaban dispuestos a pagar lo que fuera necesario. Que exagerados, ¿o no?

Fue su maldición, desde su punto de vista. La maldición de nacer en el seno de una familia tan deportista como la de ella. Trotar, deporte favorito de ambos padres. Recordó aquellos miserables domingos en que su padre la arrastraba felizmente con ellos hacia una loma en el medio de la nada. "Trotándo hija, trotándo", le repetía él cada vez que la pillaba caminando un tramo para regular su agitada y asmática respiración.

Su hermano, por otro lado, tuvo en su pubertad una explosión de su deportista interior en el momento en que se inscribió a una lecciones de Taekwondo que dictaban en el complejo deportivo frente a su edificio (¿qué tan de malas podía ser para que construyeran un complejo deportivo frente a sus narices, el cual nunca pisó en su vida?). Su hermano se volvió delgado, ágil, fuerte. ¿Y ella? Ella seguía igual.

No siempre fue así, no siempre fue tan desafortunada con los deportes. Hubo una época en que practicaba patinaje, y le gustaba, era buena en eso. Ganó algunas medallas, aunque le avergonzaba presentarse a los torneos, había demasiada gente observando para su gusto. Dejó finalmente el patinaje en el momento en que sus padres le dijeron que estaba descuidando sus estudios -y pensar que con, o sin patinaje, igual los descuidaría en el colegio-.

Solo esperaba que el Roller Derby, no fuera algo pasajero. Esperaba que fuera, por el contrario, algo de lo que sus padres pudieran estar orgullosos. Alfin, su hija era también deportista.

4 de mayo de 2012

Hazlo.



"Deberías hacerlo", le dijo con emoción aquél delgado joven, "es el deporte perfecto para ti".
Hablaban del Roller Derby, un deporte aún muy nuevo en su país. Data de los años 20, originario del estado de Texas, Estados Unidos. Se trata de un deporte de contacto sobre ruedas, practicado generalmente por mujeres.

Estaba fascinada con aquél deporte, pero sentía temor. Temor de ser azotada, no solo por aquellas monumentales mujeres que lo jugaban, sino también por su terrible estado físico, pues bien se sabía que ella no era más que una deportista del sofá, si se puede decir. Temor por ilusionarse con algo que, tal vez, la desilusionaría luego. Temor también de comenzar, y no continuar con ello. Temor de tener temor. "Me da miedo", le contestó ella.

Recordó la primera vez que escuchó sobre el Roller Derby, no mucho tiempo atrás. Fue en una película, "Whip It", protagonizada por una actriz que, si bien no era su favorita, la tenía siempre muy en cuenta, Ellen Page, y dirigida por Drew Barrymore. Pensó que fue una buena película, y lo sigue siendo.

Aquella noche no pudo contenerse. Youtube fue su aliado, vio cientos de videos acerca del Roller Derby. Conoció algunos de los equipos de su país, de la ciudad en la que ahora vivía, de su ciudad natal. Conoció también equipos de otros países, mejores aún que los que vio en un principio. Aprendió de memoria los nombres de cada posición de los jugadores, de las reglas del juego. Tenía sed, sed de Roller Derby.

Estuvo a punto de enviar un correo solicitando su ingreso a uno de los equipos de la ciudad, pero se arrepintió al recordar que no se había subido a unos patines hacía poco menos de 5 años. "Patinar es como correr, nunca lo olvidas", le dijo un día una amiga, pero ¿quién sabe? Estuvo en la liga de patinaje en su ciudad natal por un breve periodo de su vida, pero hacía tanto tiempo que lo había dejado que tenía pena de caer apenas se parara.

Al día siguiente no tuvo clase en la universidad en la mañana, así que decidió tomarse libre también la tarde. Su obsesión no hacía sino aumentar, estaba como loca. Entre deberes que adelantaba, veía o leía una que otra cosa sobre este deporte. Pensaba en cuál sería su nombre derby, todos le parecían estúpidos. ¿"Murder Baby", o "Baby Murder"? Aún no sabía cuál sonaba mejor, fue lo único rescatable de todo lo que se le ocurrió.

El delgado joven volvió a insistirle ese día, y finalmente, en un acto de impulsividad y locura, envió el correo.
La espera comenzó...

27 de febrero de 2012

En el nombre de la comida



Recordando las arepas de maíz de mi abuela materna me percaté que, aunque no lo sabía, mi primer contacto con la comida y la gastronomía colombiana en general, había sido a muy temprana edad. Recostada sobre “el pollo” de la cocina de mi casa, fui feliz amasando la harina con la mantequilla. Era mi parte favorita.

Aunque nada se le comparó a los “arroces raros” que mi abuela preparaba. Exquisiteces de sabores extravagantes, siempre diferentes, mezclados con arroz. Nunca supe qué ingredientes contenían aquellas delicias culinarias, mas sus variados sabores aún permanecen impresos en mi memoria.

Curiosamente, mi abuela materna fue siempre amante de la cocina experimental, pero mi madre, no mucho. Sus platos, podría decirse, se coloreaban dentro del margen,  sin salirse de la raya, nada de experimentos, nada demasiado ostentoso o raro. Sin embargo, ambas compartieron el gusto por hacer deliciosos postres para consentir a la pequeña que una vez fui.

El flan de maracuyá, bien lo recuerdo, era la especialidad de mi madre. Un suculento y cremoso flan en forma de rosquilla, con aroma a maracuyá me esperaba después del colegio en la cocina de mi casa al menos una vez a la semana, delicadamente servido sobre un plato de plástico de los colores del arcoíris. Era un postre feliz, o por lo menos siempre lo recordé así.

En cuanto a mi padre, le gustaba compartir conmigo su más preciado tesoro, los chontaduros de Doña Celi, comprados en Cartago. En un principio pensé que se trataba de frutos sagrados, que atribuían poderes sobrenaturales a quienes los comían. Doña Celi me tenía realmente engañada con la historia de los árboles de chontaduros mágicos. Aunque varios años después, descubrí que los chontaduros tenían propiedades altamente afrodisiacas, tal vez a eso se refería Doña Celi, o tal vez solo disfrutaba de mi inocencia. Nunca lo supe.

El menú gastronómico de mi vida comenzó bien, se tornó excelente, para ahora encontrarse en un nivel más bien lamentable –aunque con expectativas de progreso-.
Así pues  -siguiendo con el cronograma- me adentro en el auge gastronómico de mi vida, en donde tanto en casa como en el colegio, la comida, en mi termómetro imaginario de exquisitez, alcanzaba cada día la máxima temperatura.

En casa, por un lado, debido a la hazaña de mi padre de rebajar unos 10 kilos con la dieta del Dr. Atkins, los roles en la cocina de mi casa cambiaron. Mi madre dejó de cocinar al verse invadida por mi padre en aquella área. Deliciosos pescados y camarones, carnes y pollos en todas sus presentaciones. Suculentas verduras al vapor, gratinadas, salteadas. Esto acompañado siempre de una harina que variaba entre papa, yuca o plátano, que igualmente funcionaban a la perfección con cualquiera de sus platos.

Por otro lado, en el colegio, haciendo valer la mensualidad de servicio a la cafetería que se pagaba religiosamente, se hizo un cambio de menú, acción que provocó finalmente el insomnio de los estudiantes por conocer el siempre apetitoso menú del día siguiente. O por lo menos, en un principio, así me sentí.

Pan Cooks y lasañas de pollo, de carne o mixtas, tacos, burritos, Cordon Bleus, filets mignon, truchas al ajillo, pasteles de carne, barra de ensaladas, barra de sopas, barra de helados, barra de salsas… En todo esto y mucho más se constituían, en aquél entonces, los almuerzos diarios de los estudiantes. Hermosa época. Estaré por siempre agradecida con el equipo de cocina de la institución, que con enorme esfuerzo y dedicación lograron instruir mi paladar y llenar mi estómago día a día.

Llegando a la recta final del cronograma, el declive de mi menú gastronómico vital, nos sumergimos ahora en mi presente. Comenzando por mi llegada a la Capital, siguiendo por mi destreza para luchar por sobrevivir a mi primer apartamento -en el que vivo sola-, y terminando por mi experiencia universitaria, se resume todo en un régimen de pésimos hábitos alimenticios y mi catastrófico aumento de peso.

Sin adentrarme mucho en detalles, mis semanas se dividían entre los días en que olvidaba comer, y los días en que me percataba que no había probado bocado y me embutía cuánta cosa comestible se me atravesara por el camino. Claramente, después de semejante gracia, aumenté unos 9 kilos que, si bien no eran excesivamente notorios –debido a mi complexión gruesa-, hacían estragos en mi guardarropa.


Aunque la nevera de mi apartamento permanece -en su mayoría de tiempo- vacía, hoy en día trato de recordar religiosamente comer todos los días, prestando especial atención a las porciones, así como a las comidas –más o menos- balanceadas. No es un gran avance, tomando en cuenta que las comidas más saludables probablemente son las caseras y yo no cocino ni un huevo duro, pero al menos es un comienzo. Un comienzo con expectativas de progreso.



[Crónica presentada para la asignatura de Gastronomía y Narrativas Mediáticas, Universidad del Rosario]