La Avenida de la Primera de Mayo
en Bogotá, aún un jueves a las 8 p.m, continúa siendo sin duda alguna, el lugar
más caótico en el que haya estado jamás. Ni Pereira - mi ciudad natal-, en sus
más locos días, llega a semejarse. El solo caminar la avenida ida y vuelta,
resulta siendo un paseo agotador, sin que uno necesariamente lo note.
Desde la distribución de los
locales, entendidos como discotecas, bares, prostíbulos, y restaurantes, entre
otros, hasta la congestión en términos de movilidad resultan siendo un tanto
anárquicos: ni por el andén a pie, ni por la calle en carro. Hay trancón a lado
y lado.
Como adentrándome en una selva de
cemento de luces de colores y música ensordecedora de la que no saldría en un
buen tiempo, me resigné a luchar contra las persuasivas decenas de “jaladores”
por cuadra, que tiraban de mi brazo y camisa hacia uno de los tantos bares y
discotecas, mientras gritaban prometedoras palabras de entretenimiento, trago y
diversión asegurada. “Meseros enjabonados, meseros bailables”, decían unos. “Pídame
lo que quiera y se lo regalo, vodka, ron, aguardiente, lo que quiera”, me
decían otros.
En lo único que me permitía
pensar era en los numerosos casos de licor adulterado que había por año. En lo
corrido de este, hasta el 30 de Junio, se han decomisado 38 mil unidades de
licor adulterado, de acuerdo a la gobernación de Cundinamarca. A pesar de esta
elevada cifra, el balance se encuentra catalogado como positivo…
“Chicas fáciles jefe”, le dijo
luego otro jalador al hombre que caminaba frente a mí.
Muchos prostíbulos contrataban
jaladores para que los promocionaran, otros simplemente no lo necesitaban. Es
el caso de la Corporación Privada Club
Angelos Internacional VIP. No sé aún el motivo por el cual recuerdo a la
perfección su nombre. Tal vez porque su elegante fachada y lobby resaltaban
entre oscuros antros y sucios locales de comida a su alrededor. Su puerta de
cristal permitía ver el lobby, espacioso, lujoso, con clase, dando al tiempo un
aura de incontenible misterio a su alrededor.
También estaba Titanic, una discoteca que se metía de
lleno en la ambientación de la película con el mismo nombre. Desde lo poco que veía
desde afuera, la decoración marinera del lugar era increíble, con timones, sogas y caracoles por doquier. Pero lo más vistoso,
a mi parecer, fue la vestimenta de los meseros, o los “chicos de
entretenimiento”. Vestían ceñidos trajes de marineros que enmarcaban desde los
bíceps de sus brazos y hasta la “chocolatina” de su abdomen.
Observando a unos deplorables
borrachos entrando a un restaurante, me percaté que hay una curiosa elevada
cantidad de pollerías que adorna, entre discoteca y discoteca, la avenida. No
hay duda alguna que Bogotá tiene una producción de pollo como ninguna otra
ciudad. La comida “after-party” colombiana es, por alguna razón, el pollo y los
embutidos.
Y así, la Avenida Primera de Mayo
me fue despidiendo de mi recorrido con una variedad de olores emanados desde
los restaurantes, pasando por los vendedores ambulantes de embutidos, hasta los
orines a un lado de la calle, y otras tantas cosas no identificadas, o que, por mi
bien, fue mejor no tratar de identificar.
[Crónica presentada para la clase de Producción II, sin corregir]