30 de septiembre de 2013

Lo sabes, lo sé, vecinos hay que escoger


Fue despreciable cuando se llevó a mi amigo, tan cruel. Lo enloqueció hasta que por fin un día, mientras hablaba con él, se arrodilló frente a mí, tomó en sus manos el extraño instrumento lanza llamas, y como haciendo una oración, decidió prenderle fuego a su cara, no sin antes despedirse y predicarme unas dulces palabras sobre la amistad. La llama estaba tan cerca que, en vez de achicharrar su cara, como imaginé que pasaría, fue desintegrándola por partes, mientras me observaba a través de las flamas.

Al esgrimirme una última sonrisa, su mandíbula se le desprendió, y desapareció en el aire hecha polvo, antes de que pudiera tocar el piso. Luego fue el turno de su nariz, que esta vez no se desprendió, sino que se le redujo a ceniza en el mismo lugar. Finalmente, sus ojos, aquellos cálidos y hermosos ojos que me habían observado desde hacía tantos años, se fueron, las llamas también los consumieron, pero nunca dejaron de verme fijamente. No parpadearon, no hicieron seña de dolor alguno, o miedo, o arrepentimiento.

Mi amigo se había ido para no volver. Nunca volvería a verlo, al menos su cara, pues el resto de su cuerpo yacía en el piso, inerte, intacto. Al consumir la totalidad de su cabeza, el cuerpo perdió balance y simplemente se desplomó hacia adelante.

Fue culpa suya, estoy segura, no es humano. Lo enloqueció con sus extraños poderes sobre naturales, con sus persistentes y penetrantes miradas. Algo hizo -o deshizo- en la cabeza de mi amigo. ¿Cómo pude dejar que esto sucediera?


Todo comenzó al conocer, en el ascensor del edificio donde vivía, el nuevo vecino del piso de arriba. Acababa de mudarse, traía pocas cosas, de hecho muy pocas, pero una vez dijo que pensaba que los objetos materiales no lo habían hecho, ni podrían hacerlo jamás realmente feliz, así que no le di mucha importancia. El pequeño romance comenzó un par de meses después de su mudanza. Era cariñoso, inteligente, conversador… En fin, para ese entonces cada vez que salía contaba las horas para regresar al edificio.

Siempre nos reuníamos en mi casa, y veíamos incontables películas. Nunca íbamos a su apartamento, y yo simplemente supuse que se avergonzaba un poco por no tener muebles en él. En uno de aquellos días, recuerdo que me dijo que yo tenía una luz interior que brillaba a kilómetros, y que era pura y hermosa. No supe qué contestar, de hecho, no sabía ni siquiera de qué hablaba. Supuse que se trataba de un simple cumplido, así que se lo agradecí y no ahondé en el tema.

Era una persona particular y misteriosa, pero nunca sospeché nada hasta el día del ladrón. La vecina del piso de abajo, una señora bien entrada en sus 60 años, me llamó aquél día bastante agitada y asustada. Me dijo que estaba en problemas, y susurró que la ayudara cuanto antes con voz temblorosa. Apenas colgué, sin saber siquiera de qué se trataba todo aquello, corrí por un saco y unos zapatos, pero ni siquiera tuve que abrir la puerta del apartamento... El problema llegó a mí, trepándose del balcón del apartamento de mi vecina al mío.

Todo sucedió demasiado rápido, pero recuerdo haberle preguntado quién era, antes de que me pegara un fuerte puñetazo en la mejilla. Caí al piso y me llevé rápidamente la mano a la ardiente mejilla, esta vez no dije nada. El ladrón, que en realidad no le interesaba ninguna de mis pertenencias, solo quería verme sufrir. Me sentó bruscamente en una silla y comenzó a andar de un lado a otro, como pensando. 

Pasados unos minutos se detuvo, se volvió a mirarme, y declamó el discurso más sádico y violento que una persona haya podido decir jamás. No solo revelaba qué tipo de cosas me haría durante mi inevitable violación, sino que también divagaba sobre su falta de dinero y balbuceó algo que sonó a que esperaba que tuviera órganos saludables. Todo esto sin mencionar la inminente muerte de cualquiera que tratara de detenerlo.

Permanecí inmóvil, sin saber qué hacer, o decir, o pensar… era el fin. Cansado de su largo discurso, el ladrón se sentó en una silla del comedor, como para retomar fuerzas. Al ver una pequeña caja de pastillas, me preguntó si estaba enferma. Incrédula, le dije que no entendía. Y este repitió esta vez su pregunta con ira. En realidad no lo estaba, eran pastillas para mi recurrente alergia rinítica... pero él no lo sabía. Sin pensarlo dos veces, respondí tan naturalmente como pude que sí, y describí la enfermedad más grotesca, sin saber si realmente existía -o si me creería-.

Al terminar mi descripción, el ladrón masculló unas cuantas palabras, y su siguiente acción no fue sino treparse por mi balcón al de arriba. ¡Mi vecino! Tenía que avisarle, pero recordé que no había comprado teléfono -o siquiera algún objeto eléctrico-. Mientras que hacía esta conclusión inútil del teléfono, el ladrón gritó fuertemente. Pensé inmediatamente que había resbalado del balcón, así me devolví apresurada. No, sus pies colgaban arriba, pero no se sostenía él mismo, ¡alguien lo arrastraba hacia el piso de arriba! Y no se me ocurrió una idea mejor que la de treparme también por allí y asomarme un poco para ver de qué iba todo esto. 

Jamás olvidaré aquella imagen. El ladrón, tendido en el piso del balcón del piso de arriba, y mi vecino encima de él, desnudo, arrancándole enérgicamente con sus dientes enormes pedazos de piel. La perturbante escena se tornó sangrienta, y los alaridos del ladrón terminaron, pero yo ya no podía apartar mis ojos, estaba paralizada. 

Cuando el cuerpo del susodicho quedó totalmente despellejado, una operación, que parecía divertir más a mi vecino, comenzó. Tomó un hacha de cocina y comenzó a cercenarle las extremidades en varios trozos. El proceso me pareció que tomó toda una eternidad, pero probablemente no pasaron ni 20 minutos. 

Al terminar, mi vecino se levantó del piso desnudo y bañado en sangre, y con parsimonia se estiró y bostezó un poco, hasta que se percató de mi presencia. Su expresión serena se transformó en preocupación total, y me dijo: “lo siento, soy yo, son el tipo de cosas que hacemos. Pero amo tu luz, evita que lo haga tan seguido como de costumbre”.

Debí desmayarme después de haber escuchado aquello.

23 de septiembre de 2013

El por qué es la cuestión



Fue un periodo hermoso, no cabe duda, una época de paz y de pura felicidad. Fue como tomarse de la mano por primera vez, aunque por unos largos meses. Fue como el primer beso, tramposo sentimiento que se traduce con el aleteo de aquellas mariposas que habitan en el estómago, que sólo despiertan ante la emoción de un nuevo amor. Fue así, como un cuento de hadas.

Peleas sin razón, claro que las hubo, pero he sido feliz, mucho. Si, he sido infinitamente feliz pero, una vez más, cual pecador con remordimiento, me he saboteado a mí misma. Trato de dejar los hirientes fantasmas de nuestra relación de lado, pero continúan resistiéndose a volver a sus tumbas. 

Hoy no sé cómo andamos. Trato desesperadamente de no imaginar cada vez lo peor. Algunas veces lo logro, algunas no tanto y, como siempre, me van carcomiendo lentamente la cabeza, la felicidad, todo. Las peleas sin razón han aumentado en los pasados días, después de unos maravillosos meses de amor. ¿Por qué? Si, claro que las responsabilidades han aumentado, pero como me conozco, te conozco, y no aumentan las 168 horas de la semana.

Reclamo lo que es mío, tú. Reclamo lo que merezco, amor... Y un poco más que eso.

Hay quienes dicen que las mujeres sentimos cuando algo no anda bien. Y no sabes cuánto espero que al menos yo tenga una especie de disfunción femenina en ese sentido. 

Me dijiste que me necesitas. Ayer, porfin me di cuenta de que también te necesito. No te necesito para vivir, claro que no, pero te necesito como alguien necesita el sol, o la luz, o... Bueno, tu me entiendes. Solo sé que te necesito. 

Me he equivcado tantas veces, no soy mejor que tu en muchos sentidos. Pero sé lo que quiero, y te quiero a ti conmigo,y si soy lo bastante afortunada, que sea para el resto de la vida. 

Así que vuelve, que no te de miedo arriesgarte una vez más, muchas veces más. Un amor tan grande nunca es fácil manejarlo, pero aquí sigo, y aquí sigues. Te espero, como siempre.