14 de mayo de 2012

¿Y mi tesoro?



Siempre pensé que la firmeza era uno de los rasgos más distintivos de mi carácter. Con él a mi lado, me doy cuenta que no soy más que temblorosa gelatina cuando le hablo, cuando lo veo, cuando lo pienso. Amor era tan solo una palabra desconocida para mi, una palabra extraña, sin olor, sin sabor, nada. Y sin quererlo, ahora no es más que un oloroso arcoíris disfrazado de palabra.

No quiero que lo sea, pero lo es. ¿Dónde están los duendes con su gran caldero lleno de monedas de oro al final del arcoíris? Quiero ya mi premio por creer en aquella engañosa palabra llamada amor.

Es un poco apresurado, este no es ningún testamento, ni mucho menos. Este es, sin embargo, un intento de queja, una carta de reclamo por pérdidas o de liberación y renuncia, o algo así. Quiero mi firmeza de vuelta, quiero mi seguridad y mi vulnerabilidad guardada de nuevo en aquél cofre bajo llave en mi pecho.

Que vuelva el aire puro, que se vaya el olor a rosas y pachulí. Que vuelvan los colores sobrios, que se vaya el fastidioso ambiente psicodélico, y el espantoso estado de trance enmarihuanado. Esto no es ningún circo.

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