Maria Elvira tiene cinco meses y medio de embarazo y lo sabe hace apenas tres semanas. Se enteró por error, fue a una consulta nutricionista en la enfermería de su Universidad porque se “veía gorda”, y este fue el resultado.
“¡Pero no puede ser posible!
¿Cómo voy a tener 19 semanas de embarazo si me puse el dispositivo en el brazo
hace como 4 meses?”, fue su respuesta. Desde aquél entonces, la vida de Maria
Elvira ha cambiado drásticamente, siendo una estudiante universitaria de 21
años acabados de cumplir.
Delgada, 1.50 de altura y morena,
Maria Elvira sigue viéndose mucho más joven de lo que en realidad es. Pero al
hablar de su embarazo, su amplia sonrisa escondida bajo sus definidos crespos
no titubea, no se opaca.
Cada día, esta joven se
levanta a las 4:30 am, hace media hora
de ejercicios prenatales hasta las cinco, se asea y se viste para salir de su
casa. Son 20 minutos de caminata hasta el Transmilenio, y 20 minutos de viaje
hasta llegar a la Universidad a clase de siete. Trata de llegar siempre con al
menos 15 minutos de antelación para poder subir las numerosas escaleras que la
conducen hasta su salón de clase correspondiente, pues el edificio no dispone
de ascensor.
Esta mañana, como todas mañanas
de las últimas tres semanas, Maria Elvira presta especial atención a su
alimentación. Tomó de desayuno papaya con avena en leche “porque contiene
vitamina D y Zinc, que son esenciales para el embarazo… Tengo que comer al
menos cuatro porciones de frutas y verduras al día”, explica.
Pero su mañana no termina con el
desayuno. A las ocho comió una porción de sandía, a las nueve un jugo y unas
galletas “porque igual seguía con hambre”, dice. Al salir de clase le dio un
“antojito”, así que se comió un pastel de pollo. A las once, al volver a clase,
se comió una mandarina y de almuerzo comió un sánduche cerca de la Universidad.
“Me tuve que ir a lavar los
dientes en el baño porque ahora me toca ponerle cuidado a eso, las caries
pueden provocar abortos, no me pregunte por qué”, dice entre risitas nerviosas.
“La gente que me conoce llega
directamente a consentirme la panza y a preguntarme cómo voy”, dice, “pero hay
mucha gente que apenas se comienza a dar cuenta… Hay otros que miran mi cara,
luego mi panza y hacen cara de terror”.
Pero muy sin escrúpulos Maria
Elvira dice que hay gente que le ayuda o no le deja hacer las cosas más básicas
como lavar un plato o recoger algo, y le incomoda pues “El hecho de estar
embarazada no significa que sea discapacitada o boba, tengo limitaciones, pero
sigo normal. Si las indígenas pueden parir e irse a trabajar, yo puedo hacer
perfectamente lo mismo”.
A las dos de la tarde comió unas
fresas, “para que el bebé salga rojito”. A las cinco sale de su última clase
del día y se devuelve a su casa. Sin embargo, la vida de Maria Elvira no
transformó simplemente su vida y sus relaciones en la Universidad, sino que su
rutina también cambió en casa.
Cada noche desde que lo
confirmaron, como si fuera un ritual sagrado, Pablo, el padre del bebé, le
aplica aceite de almendras a la barriga de la madre y se lo frota al tiempo que
le susurra inaudibles secretos de amor. Cada día, la notable barriga de Maria
Elvira es protagonista hermosas palabras de aliento y ternura. “Le digo que va
a ser muy bonito, muy inteligente, muy responsable”, cuenta con una sonrisa en
su cara.
Este bebé, aún siendo así de
inesperado como lo fue para Maria Elvira y Pablo, se ha convertido ahora en el
centro de sus vidas, transformándolo todo a su alrededor. A “Inteligente”, como
les gusta llamarlo, no le espera más que una vida llena de amor.
[Crónica presentada para la asignatura de Producción Periodística II]
[Crónica presentada para la asignatura de Producción Periodística II]
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