29 de mayo de 2013

Bebé a bordo



Maria Elvira tiene cinco meses y medio de embarazo y lo sabe hace apenas tres semanas. Se enteró por error, fue a una consulta nutricionista en la enfermería de su Universidad porque se “veía gorda”, y este fue el resultado.

“¡Pero no puede ser posible! ¿Cómo voy a tener 19 semanas de embarazo si me puse el dispositivo en el brazo hace como 4 meses?”, fue su respuesta. Desde aquél entonces, la vida de Maria Elvira ha cambiado drásticamente, siendo una estudiante universitaria de 21 años acabados de cumplir.

Delgada, 1.50 de altura y morena, Maria Elvira sigue viéndose mucho más joven de lo que en realidad es. Pero al hablar de su embarazo, su amplia sonrisa escondida bajo sus definidos crespos no titubea, no se opaca.

Cada día, esta joven se levanta  a las 4:30 am, hace media hora de ejercicios prenatales hasta las cinco, se asea y se viste para salir de su casa. Son 20 minutos de caminata hasta el Transmilenio, y 20 minutos de viaje hasta llegar a la Universidad a clase de siete. Trata de llegar siempre con al menos 15 minutos de antelación para poder subir las numerosas escaleras que la conducen hasta su salón de clase correspondiente, pues el edificio no dispone de ascensor.

Esta mañana, como todas mañanas de las últimas tres semanas, Maria Elvira presta especial atención a su alimentación. Tomó de desayuno papaya con avena en leche “porque contiene vitamina D y Zinc, que son esenciales para el embarazo… Tengo que comer al menos cuatro porciones de frutas y verduras al día”, explica.

Pero su mañana no termina con el desayuno. A las ocho comió una porción de sandía, a las nueve un jugo y unas galletas “porque igual seguía con hambre”, dice. Al salir de clase le dio un “antojito”, así que se comió un pastel de pollo. A las once, al volver a clase, se comió una mandarina y de almuerzo comió un sánduche cerca de la Universidad.

“Me tuve que ir a lavar los dientes en el baño porque ahora me toca ponerle cuidado a eso, las caries pueden provocar abortos, no me pregunte por qué”, dice entre risitas nerviosas.

“La gente que me conoce llega directamente a consentirme la panza y a preguntarme cómo voy”, dice, “pero hay mucha gente que apenas se comienza a dar cuenta… Hay otros que miran mi cara, luego mi panza y hacen cara de terror”.

Pero muy sin escrúpulos Maria Elvira dice que hay gente que le ayuda o no le deja hacer las cosas más básicas como lavar un plato o recoger algo, y le incomoda pues “El hecho de estar embarazada no significa que sea discapacitada o boba, tengo limitaciones, pero sigo normal. Si las indígenas pueden parir e irse a trabajar, yo puedo hacer perfectamente lo mismo”.

A las dos de la tarde comió unas fresas, “para que el bebé salga rojito”. A las cinco sale de su última clase del día y se devuelve a su casa. Sin embargo, la vida de Maria Elvira no transformó simplemente su vida y sus relaciones en la Universidad, sino que su rutina también cambió en casa.

Cada noche desde que lo confirmaron, como si fuera un ritual sagrado, Pablo, el padre del bebé, le aplica aceite de almendras a la barriga de la madre y se lo frota al tiempo que le susurra inaudibles secretos de amor. Cada día, la notable barriga de Maria Elvira es protagonista hermosas palabras de aliento y ternura. “Le digo que va a ser muy bonito, muy inteligente, muy responsable”, cuenta con una sonrisa en su cara.

Este bebé, aún siendo así de inesperado como lo fue para Maria Elvira y Pablo, se ha convertido ahora en el centro de sus vidas, transformándolo todo a su alrededor. A “Inteligente”, como les gusta llamarlo, no le espera más que una vida llena de amor.

[Crónica presentada para la asignatura de Producción Periodística II]

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